Marco, el payaso que hace sonreír a los niños de la guerra en Ucrania
Lviv.- Parece un milagro. Pero Nazar (de 12 años), Daiana (10) y Matei (3) -tres hermanitos que debieron escapar de su casa de Kiev-, junto a Marinya (9) e Ivan (7), que huyeron de Kharkiv, Serguei (5) y Vassilisa (11), de Dnipro y una decena más de niños, se están riendo a carcajadas.
Es mediodía en un salón del seminario menor que la Iglesia Greco-Católica tiene en el pueblo de Rudno -a 15 kilómetros del centro de Lviv- y estos chicos de la guerra, que debieron huir de sus casas, de sus vidas y que debieron despedirse de sus papás -que se encuentran en el frente-, vuelven a reír. Se divierten, han vuelto a tener la posibilidad de jugar, de salirse de la realidad de las tétricas sirenas que advierten de bombardeos y los obligan a bajar a un refugio, de la realidad de no saber cuándo volverán a su casa, a su escuela, a ver a sus amiguitos.
Es Marco Rodari, un clown italiano, quien ha logrado el milagro de la sonrisa de los chicos de esta guerra. Ha viajado desde Milán, donde vive, para aportar su grano de arena y ayudar de algún modo a las principales víctimas de la catástrofe humanitaria que se vive en Ucrania, donde ya 10 millones de personas han debido dejar sus casas, según cifras dadas hoy por Filippo Grandi, Alto Comisionado para los Refugiados de Naciones Unidas.
Nacido en Milán hace 46 años, Rodari es un “payaso de guerra”: cuenta que vive varios meses al año en Gaza, en Irak y en Siria, lugares donde la paz es aún una duda.
“Estoy contento de hablar con un diario argentino porque los sacerdotes que conozco en el mundo, en estas zonas de guerra, son casi todos argentinos, como el expárroco de Gaza, Jorge Hernández y el actual, Gabriel Romanelli”, arranca, en diálogo con La Nación.
Marco viajó hasta Lviv hace unos días junto a un sacerdote italiano amigo que llevó ayuda -comida, bolsas de dormir, medicamentos, mantas- y que, justamente por su experiencia de guerra, le pidió si podía acompañarlo. “Enseguida dije que sí, por supuesto, fui yo el que manejó la camioneta desde Milán, teniendo mucho cuidado en los check-points, donde se respira esa falsa tranquilidad de las guerras y están todos muy nerviosos”, afirma. ¿Qué diferencia notó con los otros lugares de guerra que conoce? “Lo primero que me sorprendió de esta guerra es este éxodo de gente, cómo todo el mundo está escapando… En Medio Oriente no vi todo este movimiento de personas. Por otro lado, de Gaza es imposible escapar cuando bombardean, es muy distinto”, comenta.
Por lo demás, ya hablando de los niños, su materia, Marco asegura que no ve ninguna diferencia. “Los niños siempre están asustados, muy a menudo no hablan más y muchas veces es suficiente un payaso o un gesto gentil para que empiecen a hablar y a sonreír”, explica. “Ahora estamos en el día 25 de esta guerra, pero la verdad es que un día sólo de guerra es suficiente para destruir la psiquis de un chico. Si es un año, diez años, veinte años de guerra, por supuesto es peor”, agrega.
Su “modus operandi” a la hora de encontrarse con los chicos de la guerra que se encuentran refugiados en el seminario menor de Rudno -un lugar en medio del campo-, es siempre el mismo. “Lo primero que hago en estas situaciones es dejar que los niños me vean vestido normalmente y que vean cómo me voy preparando, así empiezan a entrar en la acción”, explica. Su hábito de clown es muy simple: “Primero porque en estas situaciones de guerra hay que cambiarse velozmente y después porque como normalmente trabajo en países donde hace mucho calor, trato de evitar ponerme demasiado maquillaje”, explica. De hecho, Marco precisa que ante todo es un payaso de hospital, que luego usa la misma metodología con los niños traumatizados de las guerras “porque de todos modos es una situación de sufrimiento, de cierre”.
Acto seguido, comienza a entrar en confianza con los niños con pequeños trucos y juegos de magia. “Para mí es fundamental porque el chico tiene la necesidad de volver a encender la creatividad, la fantasía, la sorpresa. Todo esto se apaga en una guerra, porque están asustados”, sostiene.
Cuando ya los chicos saben quién es, vuelve al mismo lugar al día siguiente y arma una escuela. “Yo les enseño a ellos a hacer los trucos, así ellos después le harán juegos de magia a las mamás, a los papás -en este caso, ausentes, porque la mayoría se encuentra en el frente- y esto es aún más importante porque ellos se vuelven protagonistas y esto es extraordinario que suceda durante una guerra y es lo más importante”.
“El tercer paso, pero hace falta tiempo, es enseñarles a los chicos más grandes la profesión. Por ejemplo, en Irak, en Siria y en Gaza hay personas que aprendieron y que hacen de clown o animación con los chicos. Así, para muchos de ellos la vida pasa a tener un sentido”, apunta.
Marco destaca que para los chicos de la guerra es fundamental dibujar. “Si les pones una hoja en blanco a los chicos, ellos dibujan bombas, tanques. Pero si ellos entraron en sintonía contigo y por ejemplo preparamos una varita mágica, ellos están en un mundo mágico y tú le dices: esta es una hoja, divídela en dos y dibuja de un lado las cosas que te gustan porque en tu varita mágica tienen que estar esas cosas que te gustan. Y ellos lo hacen”.
Solo uno de los niños que se encuentran viviendo en el seminario menor dibujó un tanque en el espacio de las cosas que le gustaban. Los demás pintaron corazoncitos, arbolitos, estrellas. “Es normal para los chicos de la guerra dibujar aviones, tanques, bombas”, admite.